El arte de las cometas: Rescatando nuestros juegos tradicionales

El arte de las cometas: Rescatando nuestros juegos tradicionales


Entrevista a: Carlos Mesa

Artesano - Cometero

Por: Daniel Quintero


El entrevistador se adentró en el municipio Libertador del estado Bolivariano de Mérida, específicamente en la Avenida 2 de la Parroquia El Llano, para conocer la historia del señor Carlos Alberto Mesa. En la casa de fachada azul y puerta marrón se asoma en una ventana central un aviso hecho en cartón con el mensaje “Se vende Cometas”. Al entrar a la casa de la familia Mesa, se percibe en su interior décadas de tradición familiar. El señor Carlos nos recibe con una sonrisa amable, rodeado de coloridas cometas que colgaban de las paredes como si fueran cuadros en una galería.


Figura 1. Vista de la casa de la familia Mesa
Fuente: Daniel Quintero (2025)


En un primer momento toda la familia se incorpora a la conservación, su padre José Alicio Mesa, su madre Alis Collazo de Mesa, y sus hermanos Carmen, Belkis y Antonio, siempre han estado inmersos en el quehacer artesanal. Pero todos coinciden que aunque Carlos Alberto tiene muchas habilidades en diferentes áreas como los adornos decembrinos para los pesebres (ovejas, casitas, portales), él es el “cometero” de la familia.

El señor Carlos se presentó como un hijo de la tierra merideña, nativo y orgulloso de su comunidad. Con voz pausada, comenzó a relatar los orígenes de su oficio, remontándose a su más tierna infancia. Explicó que su acercamiento al mundo de las cometas no fue una elección, sino una necesidad nacida de una circunstancia difícil. Desde temprana edad una complicación de salud, limitó severamente su movilidad. Su niñez transcurrió con largos periodos de tiempo en la ciudad de Caracas para mejorar su condición médica, pero su alegría de niño e inventiva natural nunca se opacaron. Mientras otros niños correteaban en las calles, Carlos Alberto necesitaba encontrar una forma de diversión que no requiriera esfuerzo físico.


Figura 2. La familia Mesa
Fuente: Daniel Quintero (2025)


Con cinco años de edad, su imaginación empezó a volar, cuando desde su ventana miró a lo lejos una colorida cometa. Fue así que sus habilidades innatas de artesano lo llevaron a experimentar en la construcción de sus primeras cometas. Aquel primer acto no fue solo un pasatiempo, sino una terapia y una puerta a un mundo de libertad artística. Conforme fue perfeccionando sus capacidades de “cometero”, también fue superando los retos que enfrentaba su salud. Al señor Carlos le brillan los ojos cuando rememora esas tardes de agosto en el estacionamiento de la Facultad de Medicina de la Universidad de Los Andes (ULA), donde el cielo se llenaba de un carnaval de cometas, con cientos de niños mostrando sus creaciones.


Figura 3. Muestra de las cometas en la casa del señor Carlos
Fuente: Daniel Quintero (2025)


La casa de los Mesa siempre fue un taller permanente donde se respiraba creatividad. Carlos Alberto observaba con atención cada movimiento de sus padres y hermanos, nutriéndose de sus técnicas y habilidades. No se trataba de simples instrucciones, sino de una transmisión silenciosa de conocimiento generacional. Sus pequeñas manos demostraban una destreza inusual cuando tomaba sencillos materiales para erigirlos en figuras, utensilios o juguetes.

Detalló el señor Carlos con precisión de maestro cuáles eran los materiales esenciales para la creación de una cometa que fuera digna de surcar los cielos merideños. Uno de los elementos principales — dijo — es el carruzo, que se cosecha a orillas del río Albarregas. Este carruzo debe ser liviano pero resistente, flexible pero firme, no estar tierno (verde) sino seco (amarillo). Seleccionar la caña adecuada es el primer paso hacia un vuelo exitoso.

Luego, viene la elección del papel que puede ser seda o celofán, pudiendo alternarse con bolsas de plástico u hojas de periódico. Aquí el “cometero” se vuelve un sastre, que debe juntar con sapiencia los distintos materiales que definirán la personalidad y la visibilidad de la cometa contra el azul del cielo.

La unión de estos elementos — explicó —, se logra con un engrudo casero o una goma blanca de pegar. El hilo pabilo completa la obra, siendo el vínculo tangible entre el artesano en tierra y su creación en el viento. Aunque advierte el señor Carlos que para cometas grandes es necesario el uso de hilo nylon que pueda soportar la tensión del viento, sin olvidar unos buenos guantes para no lastimarse las manos.

No se debe obviar un factor clave, la confección de la cola, hecha con retazos de tela. Al ensamblar ambas piezas (cometa-cola) se agrega peso en la parte posterior, lo que neutraliza los efectos de las ráfagas de viento. Su longitud debe rondar los diez metros y es esencial para mantener un vuelo plácido. Para el señor Carlos, cada material tiene una esencia y una función específica que debe ser respetada. La construcción de la cometa es un ritual que sigue un orden invariable: primero el esqueleto de carruzo, luego el forrado con el papel y, finalmente, el ajuste estructural para asegurar el equilibrio.

Cada cometa que cuelga de su taller cuenta una historia. Algunas reflejan los colores de la bandera venezolana, otras se complementan con figuras alegres que atraen la atención de los niños — Aunque como dice Carlos Alberto las cometas son para el disfrute de personas de cualquier edad —. El proceso de decoración es donde el artesano imprime su sello personal, su estado de ánimo y su conexión con el entorno. El señor Carlos confesó que, de niño, al no poder correr con la cometa, seconcentraba en hacerla tan perfecta que el viento hiciera el trabajo por él. Esta búsqueda de la perfección se convirtió en un reto permanente y, a la postre, en su mayor talento.


Figura 4. Riberas del río Albarregas donde se recoge el carruzo para las cometas
Fuente: Daniel Quintero (2025)


La cometa no era solo un juguete para los Mesa, era un símbolo de resiliencia. Mientras Carlos Alberto luchaba para mejorar su salud, su familia veía en cada cometa que elevaba un triunfo sobre la adversidad. Sus hermanos siempre fueron cómplices de esta aventura creativa, cortando el papel mientras él armaba la estructura. Como una pandilla de soñadores salían a probarlas en el campo, corriendo para darles impulso hasta que se elevaban. Era un esfuerzo que fortalecía los lazos de hermandad, desbordándose su ilusión al ver en lo alto su hermosa creación colectiva.

Al preguntarle sobre su padre — el señor José Alicio —, los ojos de Carlos Alberto se llenaron de un profundo respeto. Lo describió como un comerciante respetuoso y meticuloso, con quien recorría las calles de Mérida en su camioneta, transmitiéndole la idea que el oficio bien hecho es una forma de honrar la vida. Pero su padre fue un maestro exigente, que guiaba con el ejemplo, permitiendo que su hijo aprendiera de sus propios errores. De él heredó la paciencia para esperar los tiempos adecuados para escoger en las vegas del Albarregas el carruzo preciso que diera vida a la cometa.

De su madre — la señora Alis —, heredó el amor por el color y la alegría. Su madre era quien le sugería combinaciones de papeles, quien animaba la espera con canciones y quien celebraba cada vuelo exitoso como una gran victoria. La casa familiar era, por tanto, un espacio donde se fusionaban la precisión técnica y la expresión artística. Esta dualidad, afirmó el señor Carlos, es la esencia de una verdadera artesanía.


Figura 5. Presentación de las cometas y sus figuras
Fuente: Daniel Quintero (2025)


La evolución de su técnica a lo largo de los años ha sido notable. De hacer pequeñas cometas para su propio disfrute, pasó a crear diseños complejos de varios metros de envergadura, algunas por encargo para festivales locales. De hecho, recordaba que en una ocasión ganó un premio en una competencia municipal, pero su cometa voló de tal manera que tuvo que cortar el hilo para liberarla, ya que había logrado una fuerza incontrolable. Asimismo, en una ocasión le fue encomendada la tarea de hacer una cometa de varios metros, al punto que debió terminarla afuera de su casa porque su tamaño era inmenso. Sin embargo, independientemente del tamaño asegura que la esencia del proceso es el mismo. Siendo reiterativo el señor Carlos que la tecnología no ha logrado reemplazar la sensación del carruzo en las manos ni la satisfacción de ver cómo el papel se adhiere perfectamente a la estructura gracias al engrudo casero.

Aunque el señor Carlos hace cometas para la venta, el momento culminante de todo el proceso no se vincula a un intercambio de mercancía por dinero, sino al vuelo inaugural. Llevar la cometa a un claro, sentir la dirección del viento y soltar el hilo pabilo es un acto casi espiritual. Es en ese instante cuando el trabajo artesanal cobra vida, se libera y danza en el aire. Es la recompensa a horas de meticuloso trabajo y la confirmación de que la tradición sigue viva.

Reconoce con preocupación que el oficio de “cometero” — como él lo llama —, es cada vez más escaso. Los niños de hoy — comentó con un dejo de nostalgia —, prefieren los aparatos electrónicos. No deja de preocuparle el hecho que las nuevas generaciones se concentran en el uso de computadoras y celulares, abandonando la maravillosa experiencia de los juegos tradicionales, no solo las cometas sino las metras, los trompos, el yo-yo, el gurrufío y las perinolas.

Sin embargo, no pierde la esperanza. Ocasionalmente, imparte pequeños talleres informales a los niños de su comunidad, tratando de transmitirles no solo la técnica, sino la misma magia que su familia le transmitió a él.

A través de las palabras del señor Carlos, hemos encontrado una rica historia de inclusión y superación. Su vida, enraizada en el conocimiento trasmitido por generaciones de artesanos, revela el profundo valor lúdico, artesanal y emocional de estos juegos tradicionales. Frente a la creciente adicción tecnológica que caracteriza a la niñez contemporánea, la práctica meticulosa de elaborar y volar cometas se erige como una alternativa vital y contundente.


Figura 6. Conversación del señor Carlos Mesa con el entrevistador
Fuente: Daniel Quintero (2025)


Figura 7. Vista de La Vega de Glorias Patrias, comunidad colindante con el río Albarregas donde se extrae el carruzo para las cometas
Fuente: Daniel Quintero (2025)


Esta disciplina no solo fomenta el temple y la creatividad, sino que restablece el vínculo esencial con el entorno natural y las relaciones sociales. Preservar este legado, resulta fundamental para ofrecer a las nuevas generaciones experiencias de ocio más sanas y significativas. Su testimonio subraya la urgencia de revalorizar estas tradiciones como antídoto frente a la deshumanización del entretenimiento digital, reafirmando la necesidad de un equilibrio entre el avance tecnológico y la preservación de nuestra identidad cultural.

La entrevista concluyó con el señor Carlos dejándonos una lección de vida y un profundo legado para la merideñidad, porque esta familia de artesanos es una muestra de amor por sus raíces. Aquí encontramos no solo un “cometero” sino una tradición familiar que ayudó a superar las adversidades de la vida con un fascinante vuelo de esperanza que emuló a una colorida cometa en un soleado día de un agosto emeritense.


Figura 8. El señor Carlos Mesa al frente de su casa
Fuente: Daniel Quintero (2025)



Biografía

El señor Carlos Alberto Mesa nació en la ciudad de Mérida en el año 1963 en medio de una familia de artesanos. Es un cultor comunitario con una labor manual que trasciende lo artesanal: creando objetos que son depositarios de las tradiciones y la identidad local. Es uno de los pocos “cometeros” que todavía mantienen con fervor este oficio en tierras andinas. Si desea conversar con el señor Carlos Alberto Mesa sobre el tema, contactarlo para un taller o comprar un cometa puede dirigirse a la casa número 33-60, Avenida 2, Parroquia El Llano, municipio Libertador del estado Bolivariano de Mérida, con gusto será atendido por la familia Mesa. O comunicarse con su hermana Belkis Mesa al teléfono: 0426-4231243.